03/11/2025 Opinión

Caminos compartidos hacia el impacto: ¿cómo medirlo, reconocerlo y aprenderlo?

Group of people sitting in a forest, listening to a presentation.
Responsable de Impacto de la Investigación

Anabel Sánchez Plaza

El CREAF impulsa la acción, informa decisiones y contribuye a abordar retos ambientales con una ciencia accesible y comprometida, un enfoque promovido activamente por la Oficina de Impacto.

CON LA CO-AUTORÍA DE:

En las últimas entradas de esta sección hemos intentado explicar qué es el impacto de la investigación, cómo podemos hacer una ciencia más conectada con la sociedad y qué valoramos cuando hablamos de impacto. Todo ello forma parte de un sistema científico que busca nuevas maneras de reconocer y evaluar la actividad investigadora de forma más holística, más allá de la producción científica tradicional.

En el CREAF a menudo nos preguntamos: ¿Cómo podemos saber si lo que hacemos tiene impacto? ¿Cuál es su relevancia? La respuesta, como muchas cosas en investigación, es “depende”. El impacto rara vez es fruto de un único proyecto o de un solo equipo. A menudo es el resultado de una red de contribuciones e interacciones: investigadores, técnicos, gestores, comunidades, administraciones, ONGs y muchas otras personas que aportan tiempo, conocimiento, energía y pasión (de esto hablamos en este artículo).

En CREAF a menudo nos preguntamos: ¿cómo podemos saber si lo que hacemos tiene impacto? ¿Cuál es su relevancia? La respuesta, como muchas cosas en investigación, es "depende".

Dar valor a todo aquello en lo que invertimos nuestro tiempo y energía, tanto dentro como fuera del ámbito académico, es esencial. Significa reconocer que actividades como establecer un grupo de trabajo para mejorar la gestión de un parque natural o participar en iniciativas con agentes del territorio también forman parte del valor que aporta el personal investigador. Son acciones que complementan la producción científica y contribuyen a transformar el conocimiento en impacto real.

Ahora bien, estos procesos a menudo incluyen una parte que no podemos controlar ni prever si dará resultados tangibles o inmediatos. Aun así, aprender de este recorrido, entender qué ha ocurrido y reajustar nuestras acciones es lo que nos permite abrir nuevos caminos hacia el conocimiento y el impacto, tanto los planificados como los inesperados.

Por eso, hoy queremos hablar del como y el porqué recoger este proceso, y de qué mecanismos nos pueden ayudar a hacer un seguimiento. También queremos reflexionar sobre los tipos de evidencias que podemos utilizar - tanto cuantitativas como cualitativas - para dar sentido y contexto al impacto que la investigación genera más allá de la academia.

Contribución vs atribución: el impacto como esfuerzo compartido

Cuando se produce un cambio - una nueva política ambiental, una práctica de gestión más sostenible, una mejor comprensión de la biodiversidad - es tentador querer saber “quién lo ha hecho posible”. Pero en realidad, los impactos son colectivos, fruto del trabajo en grupo. Lo que podemos hacer es reconocer nuestra contribución dentro de un proceso más amplio: una pieza del rompecabezas que ayuda a que el cambio sea posible. Un entorno multiactor que nos pide honestidad a la hora de reconocer qué hemos aportado.

Esto nos libera de una visión lineal y nos invita a entender el impacto como un camino compartido en el que diferentes iniciativas se alimentan, se cruzan, se inspiran y se amplifican mutuamente. En el CREAF trabajamos con esta mirada, valorando tanto lo que hacemos dentro del ámbito académico como lo que hacemos más allá de las fronteras de la investigación.

Hablamos, pues, de contribución más que de atribución, se trata de identificar cómo nuestra investigación ha sido un elemento clave dentro de un cambio más amplio. Esto no resta mérito ni éxito al proyecto o grupo de investigación, sino que sitúa el impacto en su contexto real, colectivo y compartido. Al mismo tiempo, da credibilidad al trabajo realizado, valorando la parte del proceso que hemos ayudado a materializarse.

Cuando se produce un cambio es tentador querer saber "quién lo ha hecho posible". Pero, en realidad, los impactos son colectivos fruto del trabajo en grupo.

Medir lo colectivo: combinar evidencias cuantitativas y cualitativas

Si los caminos son múltiples, las herramientas para seguirlos también deben serlo. Por eso, evaluar el impacto y todas las actividades e interacciones que deben producirse para alcanzarlo (camino hacia el impacto) significa combinar evidencias cuantitativas y cualitativas.

Inspirándonos en el Contribution Framework de Matter of Focus, podemos mapear las contribuciones en el camino hacia el impacto: qué actividades hemos realizado, qué resultados han generado, quién los ha utilizado y qué tipo de cambio - grande o pequeño - se ha producido como consecuencia. No se trata tanto de buscar una relación causa-efecto directa, sino de entender cómo hemos contribuido a que ese cambio fuera posible.

Las evidencias cuantitativas nos ayudan a dimensionar la contribución de la investigación de manera más interpretable, pero a menudo requieren contexto. Más que describir todos los beneficios generados, ponen cifras a aspectos concretos del camino hacia el impacto. Por ejemplo, podemos recoger el número de personas que han asistido a formaciones en gestión forestal y complementarlo con las hectáreas de bosque donde se han implementado las nuevas técnicas adquiridas y con qué resultados (¡y sumar evidencias cualitativas!).

Las evidencias cualitativas, igualmente esenciales y a menudo sinérgicas, pueden incluir testimonios de actores implicados, cambios de percepción, aprendizajes adquiridos, nuevas dinámicas de gestión o decisiones observadas a través de entrevistas y encuestas. En este sentido, un relato bien documentado puede explicar mejor el impacto que una simple tabla de datos, y aunque ambas dimensiones se complementen y enriquezcan mutuamente, a veces pueden ser la única forma de explicar y evidenciar los beneficios alcanzados. En el ejemplo anterior, podríamos añadir entrevistas o encuestas que nos proporcionen información sobre qué beneficios han podido detectar los gestores forestales y cómo ha influido esto en su percepción sobre la investigación o en la toma de decisiones en la gestión de los bosques.

Hacer este seguimiento y reflexión no es sólo una forma de rendir cuentas, es una manera también de aprender y dar valor a la experiencia colectiva.

El valor de monitorizar lo que hacemos (aunque no sepamos qué funcionará)

Monitorizar no es solo un ejercicio administrativo. Recoger y conservar información sobre lo que hacemos - colaboraciones, encuentros, decisiones, resultados pequeños o parciales - nos permite mirar atrás y comprender qué ha ocurrido realmente, qué hemos aprendido y cómo podemos mejorar.

En realidad, hay muchos elementos que no se pueden controlar en el proceso de generación del impacto: no siempre sabemos qué funcionará ni qué caminos llevarán a un resultado concreto. Pero este registro constante - esta atención al proceso - se convierte en una fuente de conocimiento que nos permite reflexionar sobre las actividades, valorar si lo que habíamos planificado funciona y descubrir nuevos caminos, a menudo inesperados.

Realizar este seguimiento y reflexión no es solo una manera de rendir cuentas, es una forma también de aprender y dar valor a la experiencia colectiva. Hay que recordar que el monitoreo del impacto se extiende a lo largo de todo el ciclo de los proyectos de investigación (también más allá): comienza durante la redacción de las propuestas, continúa durante la ejecución —con el seguimiento y la evaluación de los avances— y llega hasta la justificación final, donde es necesario demostrar cómo se han alcanzado los objetivos y qué resultados se han traducido en beneficios concretos en el marco del proyecto.

Visita del CREAF al grup de gestió forestal a Montesquiu

Visita del CREAF al grupo de gestión forestal en Montesquiu. Imagen: Galdric Mossoll

Dar valor a lo que hacemos juntos

Al final, hablar de contribución y de medición del impacto es hablar de valorar el tiempo y la energía que invertimos en lo que hacemos, tanto dentro como fuera de la academia. Cada reunión con gestores del territorio, cada actividad con una escuela, cada dato compartido o cada conversación inspiradora forma parte de un camino colectivo hacia el impacto.

Cuanta más información, reflexión y aprendizajes acumulamos, más valor damos a lo que hacemos. Y quizás no siempre sabremos exactamente “qué ha funcionado”, pero sabremos que todo este proceso nos ha ayudado a crecer, a mejorar y a abrir nuevos caminos —algunos planificados y otros que aún no hemos imaginado.

Por eso, proponemos repensar la manera en que medimos el impacto y darle más peso al proceso y a las acciones que se realizan para lograrlo. Creemos que la evaluación no debería ser solo un ejercicio finalista, sino una oportunidad de aprendizaje y mejora continua. Entender el seguimiento y la recopilación de evidencias como un proceso vivo nos permite avanzar hacia una ciencia más abierta, colaborativa y socialmente relevante.

Este enfoque también nos prepara mejor para futuras propuestas, proyectos o evaluaciones, y convierte el monitoreo en una herramienta para mejorar lo que hacemos y acercarnos al objetivo final: contribuir al avance del conocimiento y al bienestar de la sociedad y del medio ambiente.