
SEACURE no solo busca resultados científicos, sino también impulsar decisiones de gestión basadas en datos científicos que tengan en cuenta la eficacia ambiental, la viabilidad económica y la aceptación social de las soluciones
El fósforo, el nitrógeno o el carbono se encuentran en mar y tierra de manera natural y son nutrientes esenciales para el crecimiento de las plantas, entre otras cosas. Es por ello que la agricultura intensiva emplea fertilizantes cargados de estos elementos para que los cultivos sean más productivos. El problema es que no todos estos nutrientes se absorben ni los utilizan las plantas, de hecho, un estudio reciente alertaba que la agricultura pierde cerca de un 80% del nitrógeno que aplica. Este sobrante ‘viaja’ hacia ríos y mares y provoca estragos en la naturaleza; por ejemplo, su exceso en el agua hace que las algas proliferen demasiado -eutrofización-, agoten el oxígeno y perjudiquen la vida acuática. Además, también pueden afectar la salud humana al contaminar fuentes de agua potable con nitratos, entre otras consecuencias. En este contexto, el proyecto Europeo SEACURE investiga una serie de soluciones para prevenir, reducir y remediar este exceso de nutrientes poniendo el foco en la cuenca mediterránea.
La iniciativa, que comenzó en 2024, la coordina el centro BETA de la Universidad de Vic y cuenta con un consorcio de 25 socios, entre ellos el CREAF, que están llevando a cabo actuaciones en seis regiones piloto -dos en España: Mar Menor y Cataluña Central; dos en Italia: Cuenca del Po y Esino; y dos en Grecia: Tesalia y Axios- para evaluar un total de 16 soluciones prácticas. “En particular desde el CREAF lideramos el análisis de balances de nutrientes para estimar cuánto nitrógeno y fósforo entra y sale asociado a las actividades terrestres, entre las cuales tienen un peso esencial las las actividades agrícolas y ganaderas”, explica Estela Romero, investigadora del CREAF y miembro del proyecto SEACURE. La experta añade que, a partir de estos balances, se podrá evaluar el impacto potencial de cada acción, tanto desde el punto de vista ambiental como económico.
Poner a prueba dieciséis medidas
Entre las soluciones que testea el proyecto se incluyen las agrícolas centradas en reducir el uso de estos nutrientes, como cultivos de cobertura, que protegen el suelo cuando no hay cosecha, evitan pérdidas de nutrientes a incluso pueden enriquecer el suelo de manera natural; agricultura regenerativa, que reduce el uso de fertilizantes químicos y, en cambio, utiliza alternativas como fertilizantes de base biológica (BBF) para potenciar un suelo más saludable y fértil; o la agricultura de precisión, que calcula de manera más exacta el porcentaje de nutrientes que necesita cada planta. Además, en zonas cercanas a áreas rurales y urbanas también se están probando sistemas para depurar el agua antes de que los nutrientes vayan a parar al río o al mar, por ejemplo, a través de estanques con algas, con la revegetación de canales de riego, creando humedales artificiales o mediante el uso de materiales filtrantes porosos que eviten la llegada excesiva de nutrientes con el agua de escorrentía durante episodios de tormentas.
“SEACURE no solo busca resultados científicos, sino también impulsar decisiones de gestión basadas en datos científicos que tengan en cuenta la eficacia ambiental, la viabilidad económica y la aceptación social de las soluciones”, finaliza Estela Romero.