Valentí Zapater Barros
Si me preguntas cuál es mi religión, te diré que la naturaleza.
Siempre me he sentido parte de ella, a pesar de que, según cómo se mire, si la nombramos, si esta palabra existe, es que nos consideramos algo aparte. Esto no es idea mía. Lo dice el filósofo Timothy Morton. Y le entiendo perfectamente. Lo que hago cada día tiene que ver con esto, de una u otra forma.
Mi profesión siempre ha ido, y continúa, a caballo entre aplicar mi conocimiento a la resolución de problemas ambientales, y transmitir esta conexión con la naturaleza. De hecho, creo que esta conexión es imprescindible para sobrevivir como especie a la crisis climática.
En mi tiempo libre, nada cambia. Algunos me han encontrado en la cumbre de una montaña o en las simas más hondas del mundo. Pero siempre sintiendo como los pececillos de un riachuelo de montaña me hacen cosquillas en los pies, embelesado por el canto aflautado y casi acuático de la oropéndola, o asimilando la inmensidad del planeta a mi alrededor, sentado inmóvil y solo en una cueva.