Los ciudadanos participan en todas las etapas del proceso científico.
La ciencia ciudadana incluye proyectos diseñados por los científicos en los que los ciudadanos participan en la recogida de datos (proyectos contributivos), proyectos estructurados por los científicos en los que se ofrece a los ciudadanos oportunidades y herramientas para participar en el diseño del proyecto, la recogida de datos y su análisis (proyectos de colaboración); y proyectos en los que los ciudadanos participan en todas las etapas del proceso científico (proyectos co-creativos). La ciencia ciudadana permite a la sociedad avanzar en una mejor comprensión del entorno, de los servicios ecosistémicos o de los riesgos ambientales, y a menudo conllevan una mayor implicación en la conservación del entorno y la mejora de la salud ambiental por parte de los ciudadanos. Beneficia, por tanto, tanto al colectivo científico como a la ciudadanía.
Los mensajes de los ciudadanos se transfieren de «abajo hacia arriba» de diferentes maneras: hacia sistemas centralizados, utilizando tecnologías de comunicación como las aplicaciones móviles, o poniendo en contacto a la ciudadanía con los gestores ambientales y los investigadores. Esto tiene implicaciones que van más allá de las puramente tecnológicas: constituyen un incremento de facto del poder de la sociedad, que puede comportar cambios en los modelos de gobernanza, especialmente en el ámbito de las políticas ambientales. A pesar de su juventud, en el CREAF ya hemos demostrado que la ciencia ciudadana puede poner a punto sistemas de alerta temprana, sistemas de gestión ambiental, o incluso producir de forma colaborativa estrategias de adaptación al cambio climático.
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