El Big Data, entendido de forma clásica, se caracteriza por el volumen y la variedad de datos y la velocidad a la que se gestionan.
La Geografía y la Ecología, como muchos otros ámbitos de la Ciencia, se ha visto inundada por una enorme cantidad y diversidad de datos, lo que se conoce como Big Data. Cada vez disponemos de forma más accesible y asequible de bases de datos, a menudo georreferenciadas, más voluminosas tanto por el número de muestras (registros) como por el número de atributos y variables asociadas (campos). Estos datos corresponden a zonas cada vez más extensas y al mismo tiempo con un mayor detalle espacial, temporal y temático. Esta avalancha de datos genera grandes oportunidades para la investigación. Pero también crea la necesidad de nuevas aproximaciones que permitan gestionarlas de forma eficiente, rigurosa y precisa, basándonos en las especificidades de la información temática que llevan asociada.
El Big Data, entendido de forma clásica, se caracteriza por el volumen y la variedad de datos y la velocidad a la que se gestionan; y en nuestra concepción añadiremos una propiedad adicional: la calidad. Hay que analizar la calidad de la información alfanumérica y espacial de los datos disponibles. Del mismo modo hay que ver si el acceso, el mantenimiento y la propagación de los metadatos son adecuados y coherentes con los procesos de generación, edición y transformación de las bases de datos de las que provienen. Sólo si tenemos en cuenta la calidad de los datos que utilizamos podremos confiar en que los modelos en los que participamos son exactos y precisos.
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