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La reverencia por la Naturaleza: unas reflexiones sobre Spinoza, algunos místicos y Margalef

La reverencia por la Naturaleza tiene raíces tan antiguas como las mentes pensantes y se encuentra en todas las culturas de nuestra especie y, a buen seguro, ya estaba presente en las de algunas especies de Homo desaparecidas.

Baruch de Spinoza. Imagen: Wikipedia
Baruch de Spinoza. Imagen: Wikipedia

Si el libro y el ruiseñor no dicen lo mismo, escucha al ruiseñor.
Proverbio sufí

Encontrarás cosas mejores en los bosques que en los libros. Los árboles y las rocas os enseñarán lo que ningún maestro humano puede enseñar.
Sant Bernardo de Claravall

En los bosques, el hombre se desprende de los años como la serpiente de la piel mudada y, en cualquier período de su vida, es siempre un niño […]; soy una parte o partícula de Dios.
Ralph Waldo Emerson

Michel Hulin (1993) habla de mística salvaje para referirse a experiencias de revelación de una comunión espiritual con la naturaleza o de disolución del Yo, que se producen en culturas animistas en el contacto íntimo con la naturaleza o por la vía del consumo de sustancias psicotrópicas, sin que intervenga la religión. Las grandes religiones, sin embargo, han desarrollado místicas propias con bastantes aspectos comunes. La Naturaleza es esencial en el panteísmo, en el sintoísmo japonés y en lo que ahora se conoce como panteísmo científico (véase Scientific Pantheism: Reverence of Nature and Cosmos), el cual pretende promover el respeto a los derechos humanos y de los animales y las formas no destructivas de usos de la tierra desde una aproximación espiritual pero sin recurrir a nada sobrenatural. Aquí hablaré sólo de dos personajes en relación al tema, el filósofo Baruch de Spinoza y el ecólogo Ramon Margalef, con algunos comentarios laterales.

Spinoza

La actividad más importante que un ser humano puede alcanzar es aprender para entender, porque entender es ser libre.
Baruch de Spinoza

La vida del filósofo judío Baruch de Spinoza (1632-1677),vástago de una familia de raíces castellanas expulsada en 1492 por decreto de los Reyes Católicos, establecida en Portugal, y forzada después a hacerse católica (con unos 120.000 judíos más), desplazada a Nantes, Rotterdam y, finalmente, a Amsterdam, cuando cuarenta años más tarde la Inquisición se estableció en Portugal, nos es en gran parte desconocida, si dejamos de lado sus escritos, algunos datos sobre los lugares donde vivió, la su excomunión (hérem) de la comunidad judía de por vida y en términos durísimos, cuando sólo tenía 24 años, el testimonio fervoroso de sus amigos, que lo veneraban como si fuera un santo, y su muerte por tuberculosis a los 43 años. Su obra, sin embargo, ha tenido en siglos posteriores una inmensa influencia. De él escribe Bertrand Russell, en su Historia de la Filosofía, que es el más noble y el más amable de los grandes filósofos.

Se le puede considerar un precursor de la Ilustración: condenó las supersticiones, las creencias en lo sobrenatural y en las escrituras de origen divino (que estudió a fondo para demostrar que los autores eran muy humanos y no escribían al dictado de Dios) y defendió con tenacidad y heroísmo la libertad de pensamiento. No aceptaba la separación entre alma y cuerpo ni la vida después de la muerte. Creía que todas las religiones habían atribuido a las respectivas divinidades características, emociones y reacciones propias de los humanos y que las castas sacerdotales imponían a sus fieles normas que habían sido inventadas por hombres, a menudo de manera interesada, atribuyéndolas a supuestos mandatos divinos.

Spinoza en el ostracismo (1907), pintura de Samuel Hirszenberg. Imagen: Getty Images
Spinoza en el ostracismo (1907), pintura de Samuel Hirszenberg. Imagen: Getty Images

Creía que hay una sola sustancia, a la que podemos llamar Dios o Naturaleza, que engloba todas las cosas, cada una de las cuales es un atributo, un aspecto, del Todo, y que si había un camino espiritual para llegar a la paz interior este pasaba por la lógica, por el incremento racional de la comprensión de las leyes de la Naturaleza, y por el amor de Dios y la práctica del bien. En el Todo de Spinoza parece que resuena el panteísmo, pero dudo que Spinoza se hubiera definido a sí mismo como panteísta. Spinoza escribió sobre ética y sobre teología, tratando de seguir la manera lógica de hacer de Euclides en geometría (su obra máxima, Ética demostrada según el orden geométrico, es difícil de leer, pero otras obras son mucho más accesibles). Bergson dijo que Spinoza era «un místico que había querido geometrizar su misticismo». De hecho, el nexo entre mística y matemáticas ya se encuentra en Pitágoras… Era racionalista, pero decía que la Razón necesita del conocimiento intuitivo: es el amor intelectual de Dios lo que nos puede llevar a la felicidad. El amor intelectual por Dios es una unión del pensamiento verdadero y del gozo (la emoción) de captar la verdad. Esto acerca Spinoza a los místicos (van Reijen, 2018).

Para Spinoza, la Naturaleza-Dios es su propia causa y la única esencia existente. La religión instituida no persigue la comprensión de la Naturaleza sino el adoctrinamiento de las personas para controlar su conducta. Spinoza explica con gran lucidez, en el Tratado teológico-político, cómo el poder hace uso de la religión (aquí hay un vínculo con Epicuro y en esta denuncia, mucho más elaborada que la del filósofo griego, se adelanta mucho a Nietzche y a los marxistas). El poder, al estimular los miedos del pueblo, hace crecer la superstición. Esto lo atribuye a las monarquías tiránicas y defiende la república, una forma de Estado que debe permitir que cada uno piense lo que quiera y diga lo que piense: el poder debe tenerlo toda la sociedad y cada uno ha de obedecerse a sí mismo y no a uno igual que él. Dice:

El gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consiste en mantener engañados a los hombres y en disfrazar, bajo el nombre especioso de religión, el miedo con el que se les quiere controlar, para que luchen por su esclavitud como si se tratara de su salvación, y no consideren una ignominia sino el mayor honor dar su sangre y su alma por el orgullo de un solo hombre.
Baruch de Spinoza

Tratado teológico político de Spinoza
El Tratado teológico político de Spinoza ha visto numerosas ediciones. Imagen: Wikipedia y Popular libros

Para alguien del siglo XVII, estas ideas no eran sólo osadas y sorprendentes, también eran peligrosas, y si no hubiera vivido en Holanda, que era entonces el país más tolerante del mundo, o no se habría atrevido escribirlas o le habrían costado la vida. Spinoza era consciente de que la razón en los humanos no tenía la fuerza de las pasiones y creía que había que convertir la razón en una «pasión por entender», que asimilaba al amor por Dios. Él lo intentó muy en serio.

Aquel que no domina sus pasiones, y no las mantiene dentro del respeto de las leyes, aunque por su debilidad pueda ser excusado, es incapaz de disfrutar de la conformidad de espíritu y del conocimiento y el amor de Dios; y está inevitablemente perdido.
Baruch de Spinoza

Por lo tanto, distinguía las emociones de las pasiones (que nos dominan) y ponía la pasión sólo en su esfuerzo intelectual. Spinoza se ganó la vida, después de su excomunión, puliendo lentes para telescopios y otros instrumentos, y escribió un tratado sobre el arco iris. Así que, aunque se le ha criticado que su «comprensión de la naturaleza» se basaba sólo en la razón, en la lógica y no en la observación, como exige la ciencia moderna, conocía la importancia de la observación y se dedicaba a mejorarla en el campo de la óptica.

Einstein dijo que era en el dios de Spinoza en el que él creía, un Dios que se revela en la armonía de lo que existe y que no se interesa por las acciones y el destino de los humanos. En efecto, el Dios de Spinoza no escucha nuestros ruegos ni se interesa por nuestros pecados y los rituales son innecesarios. Decía Spinoza que, si nos desprendemos de nuestra propia identidad, nos distanciamos y tratamos de vernos como desde fuera y, al mismo como una parte del todo, podremos sustituir nuestro deseo de permanecer, propio de todas las criaturas vivas, por el bienestar de entender que no hay nada que temer de la muerte, y así lograr un estado de serenidad. Einstein se mostró también cercano a Spinoza en este tema:

Un ser humano es parte del todo que llamamos universo, una parte limitada en el tiempo y el espacio. Está convencido de que él mismo, sus pensamientos y sentimientos son independientes de los demás, una especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es una cárcel para nosotros, nos limita a nuestros deseos personales y a sentir afecto por los pocos que tenemos cerca. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión, ampliando nuestro círculo de compasión para abarcar todos los seres vivos y toda la naturaleza.
Einstein

La idea de una vida libre de aprensiones, de necesidades irreales, de pasiones que se imponen a la razón, recuerda la ataraxia de Epicuro, su ideal de una vida apacible liberada de la desazón. Y también las recomendaciones del gran poeta sufí persa Omar Khayyam (s. XII-XIII) los Rubaiyat:

XII
No tienes hoy poder para el día siguiente;
La ansiedad por el mañana es inútil.
Si tu corazón no es insensato, no tienes que sufrir ni siquiera por el presente;
¿Es que acaso sabes lo que valdrán los días que te quedan por vivir?
LXXVI
No dejes que la tristeza te apague
Y que desazones absurdas turben tus días.
No abandones el libro, los labios de la amada y los prados perfumados
Antes de que la tierra te tome en sus brazos.
CL
No te agotes tanto en tristeza insensata, festeja la vida.
Da, en el camino de la injusticia, el ejemplo de la justicia.
Ya que el fin del mundo es la nada,
Imagina que no existes y sé libre.

El sufismo ya había inspirado la poesía trovadoresca; Bacon, Llull o Paracelso lo habían estudiado, pero Occidente lo olvidó hasta que fue reintroducido por el explorador y estudioso orientalista inglés Richard Burton, que era sufí y escribió un largo poema, el Kasidah, aunque dijo que él sólo era el traductor y que el autor fue Haji Abdul al-Yazdi, quien consideraba que el perfeccionamiento propio, con el debido respeto a los demás, es el objetivo único y suficiente de la vida humana. La esposa de Richard, Isabel, dijo que el Kasidah «es un poema sobre la Naturaleza y el Destino de los humanos, anticristiano y panteístico» (ella era cristiana y destruyó muchos documentos de su marido cuando éste murió). Burton escribió que «hay cosas que la Razón o el Instinto humano en su estado inmaduro no pueden comprender, pero la Razón es su propia ley. Por tanto, no debemos creer, ni tratar de creer, nada que sea contrario, o contradictorio, con la Razón». Esto pensaba también Spinoza. En el poema, Burton explica que se aparta de la gente para elegir el camino sufí:

Amigos de mi juventud, por fin adiós!
Tal vez un día nos volveremos a ver,
pero nunca seremos los mismos;
Los años nos convertirán en otros hombres.
Id, desapareced de mi Vida
como el tintineo de la campana del Camello.

Y, en otro lugar, critica la tendencia general a aferrarse a la propia individualidad:

Así canta el bardo trivial!
la vida se le ha estancado en la palabra YO.

El sufismo cree que el alma humana busca la armonía final y desea la integración con todo lo creado (I. Shah, 1994). El maestro Hujwiri dijo que había tres formas de cultura: la mundana, o mera acumulación de datos, la religiosa, que sigue reglas determinadas … y la superior, basada en el autodesarrollo. Spinoza estaba muy cerca de estas ideas. El racionalismo de Spinoza difiere mucho del de Descartes, pues Spinoza se interroga sobre qué nos hace actuar en contra de nuestra propia racionalidad: no parte del análisis sino de la síntesis, no es dualista (alma-cuerpo, las res cogitans y res extensa cartesianas) sino monista (una sola sustancia, la que no necesita nada para existir, es decir Dios-Naturaleza). Spinoza es determinista, sólo Dios es libre, todo es necesario, nada contingente, no hay libre albedrío, los humanos sólo nos acercamos a la libertad si, gracias al conocimiento: 1) entendemos que no somos libres (aunque, si hemos captado la única realidad del Todo, nos podemos sentir libres), 2) dominamos las pasiones, y 3) aceptamos que debemos vivir de acuerdo con la naturaleza.

El mayor interés por las ideas de Spinoza radica hoy en sus conclusiones éticas, porque se fundamentan en el conocimiento de la naturaleza humana, la esencia de la que dice él que es el deseo, el que nos angustia. Hay un consuelo, una lúcida aceptación, al pensar que las propias desventuras, la enfermedad y la muerte sólo son partes infinitamente pequeñas del Todo (la trascendencia de la personalidad, según Aldous Huxley, es un rasgo común a los santos de todas las religiones) . Por eso hay que ser humilde y, dominando las pasiones, practicar el bien. Decía Spinoza que un hombre libre no piensa en la muerte: la sabiduría es una meditación sobre la vida, no sobre la muerte. Fijémonos en lo que se deriva del pensamiento de Spinoza: por un lado, el Todo engloba todas las cosas y a todos los humanos, por lo que su idea es universalista, todos somos igualmente partes del Todo, ningún grupo «nacional» ni ningún individuo tiene el derecho a considerarse superior, escogido por Dios o especialmente dotado por la Naturaleza (ni los arios, ni los judíos, ni los reyes, ni los sacerdotes, ni los genios). Y, como parte de la Naturaleza y permanentes aprendices de cómo funciona, la hemos de admirar y respetar y no creer que existe sólo para que hagamos de ella el uso que nos convenga (o que convenga a unos pocos, podríamos añadir). Esto enlaza también con el pensamiento místico, cristiano o no.

¿Cuando se encuentra el hombre en el mero entendimiento? Respondo: «cuando ve una cosa separada de otra». Y cuando se encuentra un hombre por encima del mero entendimiento? Entonces te diré. «Cuando un hombre ve el Todo en todo, entonces está más allá del mero entendimiento».
Maestro Eckardt

Leibniz recogió ideas similares a las de Spinoza -sin citarlo, se inspiró en él pero en vida más bien lo evitó- en la metafísica que llamaba Philosophia perennis. Aldous Huxley recuperó la expresión en The Perennial philosophy, a la que consideraba una especie de máximo factor común: los rudimentos de la filosofía perenne se encuentran en la tradición de todos los pueblos primitivos del mundo y su forma plenamente desarrollada en cada una de las religiones superiores. El libro es una antología de textos para confirmarlo. En él, cita una sola vez a Spinoza, tal vez Huxley no creía en el racionalismo para aproximarse a la experiencia mística. Él prefirió el uso de sustancias psicodélicas. Mucho antes de La filosofía perenne (1945), había escrito un ensayo titulado Spinoza’s worm (Huxley, A. 1937. Do what you will Essays), en el que ridiculizaba la metáfora spinoziana de un gusano que vive en la sangre, que es su Todo, y, de paso, toda la filosofía del holandés, que propone pensar en términos de unidad universal y no de individuos particulares. «En una palabra», dice Huxley, «nos dice que dejemos de ser gusanos en la sangre y seamos … qué? Mariposas, supongo «. Huxley encontraba absurdo pretender ser superhumanos (el afán de elevación de todas las religiones) y que era mejor que el gusano sea tan gusano como pueda y los humanos tan humanos como podamos. Pero, años más tarde, después de sus experiencias psicodélicas, escribió que la experiencia mística es doblemente valiosa: por un lado da a quien la tiene una mejor comprensión de sí mismo y del mundo y por otro puede ayudarle a centrarse menos en sí mismo y tener una vida más creativa. Es curioso que estos fueran objetivos que Spinoza persiguió siempre.

Aldous Huxley
Huxley considera absurdo pretender ser superhumanos, el afan de elevación de todas las religiones. Imagen: Edhasa

En un artículo anterior de este blog (Alimentos, mitos y ecología humana), hablé de la importancia de los mitos compartidos a la hora de crear un sentido de comunidad en las sociedades humanas y de que, como somos mucho más emocionales que racionales, es posible que la confrontación con la crisis ambiental termine por generar nuevos mitos. Parte del mensaje de Spinoza señala un camino de futuro que nos puede proteger de cometer errores desastrosos: el de entender cada vez más y mejor las leyes de la Naturaleza. Ni que decir tiene que cuesta imaginar grandes masas de humanos dedicados al estudio de la naturaleza. Hoy vemos a las masas entretenidas en seguir «influencers», gurús, predicadores, demagogos, equipos de fútbol … y no mirando con telescopios o microscopios y leyendo libros de naturalistas o bien observando el comportamiento de las hormigas. Y no parece que estemos a punto de cambiar. Pero en el tiempo de Spinoza también la mayoría de la gente se dejaba embaucar por todo tipo de creencias supersticiosas, adivinos y supuestos profetas y se dejaba matar en guerras en defensa de un Rey con delirios de grandeza o afanes de aumentar su poder y riqueza. Por eso decía que no se dirigía a la plebe. Como en el poema de Burton, se alejaba para encontrar el propio camino.

Si Spinoza defendía el uso de la Razón para llegar a la verdad y en la libertad, esto no suponía librarse de la imaginación (cosa que de todos modos es imposible). Lo que se necesitaba era convertir la imaginación en una potencia aliada del entendimiento. Ariel Suhamy, filósofo, y Alia Daval, dibujante, han publicado un libro singular sobre el pensamiento del filósofo con imágenes de animales, aprovechando que éste hablaba abundantemente de los animales, como en la metáfora del gusano (Suhamy y Daval, 2016). Tenía una evidente curiosidad por la naturaleza. Curiosidad e imaginación eran rasgos básicos de mi segundo personaje.

Spinoza por las bestias
Spinoza por las bestias, de Ariel Suhamy, filósofo, y Alia Daval, ilustradora. Imagen: Alamut Libros

Margalef

A Ramon Margalef se le encendía la mirada de curiosidad ante cualquier pequeño animal o alga diminuta, y lo que veía le sugerían imaginativas posibles relaciones con temas generales que podían convertirse en hipótesis interesantes. En relación a los problemas ambientales, consideraba, entre otras muchas cosas, que

«se puede tener una cierta paz interior si miramos la naturaleza con reverencia o con espíritu religioso (…). Ahora quizás esto se lleva poco, pero yo creo que debe estar en la base de una ética de la conservación que mueva la gente».

En relación a la vida individual, Margalef dijo (y él lo hizo cuando se le acercó la hora) que es posible acercarse a la muerte no con ira sino con la satisfacción de haber disfrutado de un episodio universal apasionante.

La idea de relacionar naturaleza y bienestar la expresó así:

Personalmente, creo que aceptar con reconocimiento el don de la naturaleza que se nos ofrece nos debe predisponer a recibir el don, también gratuito, de la paz.
Ramon Margalef

Margalef fue católico practicante y profundamente religioso. En esta posición resuenan las ideas de Spinoza, a quien Margalef citaba en sus notas, y de los místicos, a los que había leído mucho. Mallarach y Comas creen que los colegas científicos de Margalef suelen alabarlo pasando por alto este aspecto tan importante de su personalidad (es cierto), pero, reconociendo que Margalef era muy discreto y reservado por lo que hacía a su vida íntima, piensan que en esta reserva influyó «la hostilidad del marco científico universitario y catalán» hacia las actitudes religiosas o metafísicas. A menos que haya algún escrito de él que desconozco en este sentido, no me parece que fuera el caso. Conocí a Margalef cuando yo estudiaba y él todavía no era catedrático. Nunca nos hablaba de temas religiosos o espirituales, pero todos lo habíamos visto comulgando en oficios religiosos en la capilla de la Universidad en recuerdo de algún profesor fallecido. Vivíamos todavía bajo una dictadura nacional-católica y muchos profesores, que entonces eran los únicos profesores fijos con plena dedicación, eran católicos practicantes. No existía ese «marco de hostilidad del mundo académico catalán» por los temas espirituales. Aún así, Margalef ya entonces era igualmente discreto.

Ramon Margalef, ecólogo
Ramon Margalef, ecólogo. Imagen: Universidad de Valencia

En general, ha habido muchísima más hostilidad de la religión hacia la ciencia que al revés, de Galileo a Darwin y después; algo distinto es que desde la ciencia se hayan rechazado las propuestas creacionistas pseudo-científicas, como no puede ser de otro modo. En tiempos posteriores, científicos más militantemente católicos no han sufrido aquí, que se sepa, ningún tipo de persecución. Una encuesta realizada entre científicos de los EEUU en 1996 (Tobeña 2013) mostraba que el 40% tenían algún tipo de creencias religiosas (cifra similar a la que se había encontrado 80 años antes), así que Margalef, que tenía muchos contactos con ecólogos americanos, no habría tenido demasiado motivo para esconder sus creencias tampoco en un ámbito más internacional. He estudiado el pensamiento de Margalef sobre la evolución (Terradas, 2015) y en sus escritos hay, por supuesto, ideas interesantes y nuevas, pero ninguna creacionista o teleológica: seguramente creía en un impulso inicial y un propósito sobrenaturales para el universo y la Vida, pero describe la evolución como un proceso autopoiético no dirigido a una finalidad y sometido a la selección natural. No habla de la Creación porque las explicaciones sobrenaturales no forman parte de la ciencia. Margalef admiraba mucho la obra de Darwin y su fe no interfería con sus planteamientos científicos, así que lo que decía no podía desvelar ninguna hostilidad. Además, era demasiado honesto para auto-censurarse por miedo a reacciones adversas: no se abstuvo de rechazar honores oficiales esgrimiendo su desacuerdo con las políticas ambientales del Estado. Su tendencia holista, a ver la Biosfera y los ecosistemas como totalidades y a emplear parámetros macroscópicos como diversidad, producción, biomasa, tasa de renovación de la biomasa, etc., era, de hecho, «mainstream» en ecología entre 1940 y 1970 y no hay que atribuirla a razones filosóficas.

Aldous Huxley
La reverencia por la naturaleza se encuentra en todas las culturas de nuestra especie. Imagen: Public Domain

No negaré que a algunos jóvenes progresistas y materialistas nos sorprendiera no tanto la fe de Margalef como su práctica de los rituales, que asociábamos a una religión oficial cómplice de la dictadura. Nos sorprendía, pero teníamos respeto por él y aquello pertenecía a su esfera más íntima. No tengo ninguna duda de que, si hubiera dicho algo en este sentido, lo habríamos escuchado sin sombra de hostilidad, estuviéramos de acuerdo o no. De las muy pocos palabras que nunca le oí al respecto, siempre en conversaciones privadas, deduzco que la religiosidad de Margalef no procedía del catecismo sino de su admiración por la Naturaleza, si se quiere por la Creación, y de un camino personal en el que había explorado los místicos, el budismo y muchas otras tradiciones. Una fe sencilla? Seguro que no en su articulación intelectual, pero seguramente sí en la fascinación emocional que sentía por la vida. No sé si esto es la fe del carbonero.

La propensión a la espiritualidad ha sido un factor significativo en la historia de los humanos y de estabilidad en sus sociedades y, muy probablemente, objeto de selección natural. Está demostrado que existe entre los humanos una variabilidad considerable en áreas de la corteza parietal y otros del cerebro, variabilidad que se relaciona con diferentes aspectos de la propensión a sentir o vivir experiencias de tipo místico o religioso, o de admitir explicaciones y poderes sobrenaturales, etc. También hay evidencias de asociación de estas propensiones con ciertas configuraciones génicas (todo esto lo explica Tobeña, 2013). O sea que las diferencias entre las personas sobre creencias y no creencias religiosas o supersticiosas no son sólo cuestión de ideas sino también de configuraciones genéticas y neuronales. Una misma experiencia de contemplación de las estrellas o de bellísimos paisajes despertará en unas personas pensamientos religiosos y en otros no, aunque todas compartan una emoción similar, un sentimiento de humildad y de veneración. Por lo tanto, hay que respetar las ideas de cada uno y, en ciencia, dejar de lado los argumentos no científicos, cosa que Margalef siempre supo hacer.

El diálogo debe partir de la humildad de uno y otro y de la admisión de la pluralidad de las maneras en que vivimos la experiencia del mundo. Panikkar usó la palabra ecosofía, inventada por Arne Naess (padre de la Ecología Profunda, véase en este blog mi artículo La ecología profunda) para referirse a la sabiduría de la Tierra, tratando de armonizar el mundo de Dios, el de los hombres y todo el Cosmos, y para no ver el humano como individuo sino como una red de relaciones. Dice Panikkar:

Mientras no contemple cada pedazo de tierra como mi cuerpo, no sólo desprecio la tierra, sino que también menosprecio mi cuerpo. ¡Aquí comienza el conocimiento!
Panikkar

Si los argumentos científicos racionales no hacen que los comportamientos evolucionen hacia usos sensatos del entorno, tal vez el sentimiento de reverencia ante la naturaleza al que aludía Margalef pueda ayudar. E.O. Wilson, en su libro The Creation, hace un llamamiento a los líderes espirituales de diferentes religiones a defender lo que todos ellos creen la obra de sus dioses respectivos. Ha habido manifestaciones importantes en esta dirección. El Dalai Lama ha hablado a menudo de la cuestión ambiental. Quizá no es casual que el actual Papa, autor de la encíclica ecologista ‘Laudatio si’ 2015 escogiera el nombre de Francisco. La reunión del Parlamento de las Religiones del Mundo en Salt Lake City, en 2015, se dedicó al papel que podían tener en la sostenibilidad. El Seminario de Teherán sobre Medio Ambiente, Cultura y Religión se ha celebrado en el 2005 y el 2016. El patriarca ecuménico de Constatinopla ha convocado varios simposios sobre Religión, ciencia y medio ambiente. Pero no parece que la reverencia por la naturaleza se predique mucho en las iglesias y quizá sería necesario.

En nuestro país, Mossèn Dalmau (Josep Dalmau y Olivé, 1926-2017) creó el Santuario Ecológico del castillo de Gallifa y se implicó en actividades y procesos de reflexión sobre la cuestión ambiental. Tuve el placer de coincidir con él en la mesa sobre medio ambiente de las Jornadas Catalunya demà impulsadas por la Generalitat en 1997. Es un caso bastante aislado. Entre los expertos en conservación, en Cataluña, la voz más decididamente inclinada a promover una aproximación espiritual a estos temas es la del ya mencionado Josep Maria Mallarach. Como he explicado, la reverencia por la naturaleza no exige creencias sobrenaturales, pero es probable que la vía religiosa mueva más conciencias que los «sermones» expertos. Lo que no deja de tener sus riesgos, visto cómo funcionan las religiones…

Santuario Ecológico Castillo de Gallifa
Santuario Ecológico Castillo de Gallifa. Imagen: santuariecologic.com

 

Para terminar

En todo caso, desde la visión del ecólogo, es difícil no sentir a Spinoza muy cercano y se entiende por qué Bertrand Russell o Einstein hablaban de él con tanta simpatía. Tanto Spinoza como Margalef fueron considerados, por sus seguidores y discípulos, como personas de una gran bondad y coherencia. Eran sabios austeros y frugales, que despreciaban los honores. A Spinoza algunos la aproximaban a la figura de Cristo, en todo caso quienes le querían lo veían como una especie de santo. Margalef infundía también un respeto que no se limitaba a su excelencia como científico sino a su personalidad, de una coherencia ética extraordinaria. En no pocos aspectos, recordaba bastante a otro ecólogo, que algunos consideran el padre de la ecología moderna, G. E. Hutchinson.

No soy propenso a dar explicaciones religiosas del mundo, puede ser debido a la configuración de mi cerebro, pero creo que ateos, agnósticos o creyentes, todos podemos sentir la magnificencia de la Naturaleza, de la que hemos surgido y de la que formamos parte, y debemos tratar de transmitir a los demás lo que de ella hemos aprendido por la razón y también, al mismo tiempo, las emociones que nos ha hecho experimentar, o sea esta reverencia, como decía Margalef, que nos hacen sentir los prodigios con que el Universo, la Tierra y la Vida nos regalan los sentidos y retan nuestra mente, que quisiera entenderlos, la mente que es también una manifestación fantástica de la Vida. Destruir el Todo del que somos parte es suicida.

Hay que detener la destrucción de la belleza, la diversidad y la complejidad de la Naturaleza, pues en su observación atenta y admirada se encuentra, como creían Spinoza, Einstein o Margalef, como cree Wilson, como lo vivieron Darwin o Francisco de Asís y tantos otros hombres de ciencia o de religión, el camino para encontrar un lugar de paz y bienestar durante nuestra breve presencia en el mundo. La Naturaleza nos maravilla, tanto si le suponemos un origen o explicación religiosa como si miramos de descifrar algunos secretos por la vía de la ciencia. Está comprobado que la mera inmersión en la naturaleza induce sensaciones de paz que han mostrado efectos beneficiosos para la salud, quizá porque recuperamos, en esta inmersión, algo de nuestro sentimiento de pertenecer a un Todo, en el sentido más biológico o en el místico, sentimiento que hemos perdido en buena parte al construir nuestros envoltorios culturales.

La doctrina de que Dios está en el mundo tiene un corolario práctico importante, el carácter sagrado de la Naturaleza, y lo que hay de pecaminoso y loco en los enormes esfuerzos para dominarla en lugar de ser colaboradores dóciles e inteligentes. Las vidas subhumanas e incluso las cosas deben ser tratadas con respeto y conocimiento, no brutalmente oprimidas para servir a nuestros fines.
Maestro Eckardt

Referencias:

Hulin, M. 1993. La mystique sauvage. París. PUF.
Mallarach, J.M. i E. Comas. 2006, Qüestions de Vida Cristiana, núm. 222. Publicacions Abadia de Montserrat.
Russell, B. 2005. Historia de la Filosofía. RBA Coleccionables. Barcelona, 892 pp.
Suhamy, A., A. Daval. 2016. Spinoza por las bestias. Ed. Cactus, 160 pp.
Shah, I. 1994. Los Sufís. Ed. Kairós, Barcelona,496 pp.
Spinoza, B. de. 2002. Tratado teológico-político. Biblioteca de filosofía. Ed. Folio, Barcelona, 220 pp.
Terradas, J. 2015. El pensamiento evolutivo de Ramón Margalef. Ecosistemas, 24: 104-109.
Tobeña, A. 2013. Devots i descreguts. Publ. Univ. València i Institut d’Estidis Catalans. 188 pp.
van Reijen, M. 2018. ¿Puede considerarse a Spinoza como un exponente de la Ilustración Oriental más que como un exponente de la Ilustración Occidental?. Co-Herencia, 15(28). Recuperat a partir de https://publicaciones.eafit.edu.co/index.php/co-herencia/article/view/5043
Wilson, E.O. 2007. La creación. Salvemos la vida en la tierra. Ed. Katz. 252 pp.

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